El Día de la Madre siempre es una buena oportunidad para celebrar a esa mujer maravillosa que Dios te dio por madre. ¿Pero qué pasa con algunos de nosotros que ya no tenemos a nuestra madre? Definitivamente me aseguraré que mi Suegra, mi hermana y mis cuñadas sepan cuánto significan para nosotros. Pero en la ausencia de mi dulce madre, hoy dejaré que mis palabras levanten un homenaje por lo que ella representó en mi vida.
Mi madre fue criada en una casa sin padre en un país extranjero. Era la mayor de tres chicas. Viviendo en condiciones muy pobres. Se casó con mi padre a los 21 años y compartieron la vida juntos por los siguientes 52 años hasta que ella fue a su residencia permanente en el cielo.
En cuestión de años después de su matrimonio, mamá se convirtió en la esposa de un arquitecto muy prominente viviendo una vida maravillosa. Después de entregar sus vidas a Cristo, ella se convirtió en la esposa de un pastor/evangelista apasionado que dejó su carrera para proclamar el evangelio en una de las zonas más difíciles en mi país Costa Rica. Luego, nos convertimos en una familia misionera en España durante cinco años, Aruba por dos y la última etapa de su carrera comenzó en 1997 cuando llegamos a los Estados Unidos para apoyar a mi padre en sus estudios de maestría.
Muchos comentan que heredé muchos de sus atributos. Sí, me parezco mucho a ella. Pero más que su aspecto, heredé tesoros escondidos en mi corazón. A través de tantas valiosas lecciones de su parte, estoy segura de que muchas de las cosas que hoy hago en el ministerio y en la vida en general son gracias a ella. Ella era una extraordinaria amiga, madre, abuela, esposa y ser humano. Desafortunadamente, nunca pensamos (al menos yo) que ella no duraría para siempre. Ella era una gran campeona, con una tolerancia tan alta al dolor que no nos percatamos de las señales que marcaban el final de su historia con nosotros.
Mirando hacia atrás, desearía haberlo descubierto antes, para poder disfrutarla más.
Sí, disfrutarla más. Porque cuando piensas que tu madre es eterna, que durará para siempre, te olvidas de disfrutar tiempo de calidad con ella. Ese fue mi caso.
Olvidé que ella era ante todo mi madre, alguien con quien disfrutar cada momento posible y no una persona con la que discutir por la cantidad de zapatos en su armario, la cantidad de toallas y ropa de cama que tenía, la cristalería nueva en el escaparate que no podía tocar. En aquel entonces, un viaje para llevarla para una manicura tomaría tres horas de mi apretada agenda. Visitarla era una oportunidad para examinar su ropa, e incluso a veces tener la osadía de preguntarle ¡por qué no usaba un delantal mientras cocinaba!
Este será mi segundo Día de la Madre sin ella. Oh, cuánto deseo haber hecho las cosas de forma diferente.
Entonces, ¿puedo ofrecerte algunos pensamientos prácticos? Si todavía tienes a tu madre, ¡disfruta cada momento que puedas! Puede haber cosas que no entenderás sobre ella, pero está bien. No necesitas entenderla, solo necesitas amarla. Olvídate de las cosas insignificantes y asegúrate de que tu horario siempre tiene espacio para darle tanto amor y cuidado como puedas. Asegúrate de que ella esté totalmente segura de cuánto la amas cuando la llamas, enviándole mensajes de texto, enviando notas y regalos por correo. Y cuando puedas, llévale los nietos a que la visiten; ellos son como oxígeno para sus pulmones.
¡Hazlo por aquellos de nosotros que ya no podemos hacerlo y ten un maravilloso Día de la Madre!
La Rev. Johanna Rugh es directora de Educación Ministerial y Cuidado del Clero para la Iglesia Wesleyana.