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El proceso de duelo está constituido por un remolino de emociones: pérdida, ira, rechazo, culpa… la lista continúa. Las estoy sintiendo todas.

Este dolor proviene de noticias de vidas que fueron tomadas violentamente y sin motivo.

Pero, para mí, es aún más personal que eso. Tengo amigos, conocidos y personas que respeto mucho con quienes solo he hablado este mes. Algunos por teléfono, otros por videoconferencia. En algunos casos, he hablado con sus padres o miembros de su iglesia.

Su color de piel es diferente al mío.

Viven con integridad. Invierten en sus familias. Muchos han perseverado a través de obstáculos por los cuales yo no tuve que pasar para alcanzar niveles de educación o logros profesionales a los cuales otros hubiesen renunciado… incluyéndome a mí mismo.

Todos ellos tienen muchas preguntas, y algunas están sin resolver espiritualmente. Otros son totales seguidores devotos de Jesús en quienes el fruto del Espíritu es muy evidente. Algunos son mis colegas en el ministerio. Muchos son miembros de la familia de La Iglesia Wesleyana.

Pero su apariencia es diferente a la mía, por lo que son blanco de insultos raciales. Tienen miedos muy reales que no experimento… miedos a la vida y a la muerte. Son seguidos en tiendas y detenidos en automóviles. Muy frecuentemente se sienten inseguros. Las personas sacan conclusiones sobre ellos por lo que ven, y por el pecado racista que puede haber dentro de nosotros y que da forma a lo que vemos. Sus vidas importan. No deben temer que les disparen haciendo actividades cotidianas o que los maten mientras están bajo custodia.

Estos son asuntos de justicia y de misericordia. Debemos tener la humildad de admitir el pecado y la injusticia sistémica. Nuestra respuesta debe basarse en los mandamientos más importantes: “ama a tu prójimo como a ti mismo”. Solo el poder del Espíritu Santo puede romper las cadenas del pecado y dar poder al amor para vencer los impulsos pecaminosos. Estos son asuntos importantes para Dios, que Él ha hablado en Su Palabra y que espera de Su pueblo.

Nuestros planes para la Conferencia General 2020 incluían un concierto de oración el 31 de mayo, domingo de Pentecostés. Me decepcionó cuando la conferencia tuvo que posponerse, pero seguí comprometido a juntar a la iglesia para orar.

Por esa razón, La Iglesia Wesleyana se unirá el domingo de Pentecostés para un concierto de oración con el fin de humillarnos ante nuestro Dios, pidiendo un derramamiento del Espíritu Santo sobre nosotros. El Espíritu Santo de Dios, que vive libremente dentro de nosotros y nuestra Iglesia, es la única fuerza lo suficientemente fuerte como para guiar nuestras palabras y acciones, para reparar lo que está roto aquí en la tierra.

 

Apocalipsis 7:9 nos deja entrever al cielo: ” Después de esto miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero”.

Al reflexionar sobre esa escena, a menudo he orado “Venga tu reino. Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Y luego agrego: “y por favor, Señor, que sea en la tierra como en el Cielo para aquellos de nosotros que formamos La Iglesia Wesleyana”.