La Iglesia Wesleyana tiene como objetivo abordar preguntas sobre la homosexualidad como lo hacemos con todos los asuntos: con gracia y verdad, arraigados en las Escrituras, guiados por el Espíritu con amor y confiados en que incluso los mandamientos difíciles de Dios son para nuestro bien.1

Los Wesleyanos afirmamos una ética bíblica del matrimonio y la sexualidad (descrita a continuación) como parte del diseño de Dios para el desarrollo humano.

Sin embargo, también confesamos que la iglesia no siempre ha hecho un buen trabajo en amar y pastorear a aquellos que experimentan deseos homosexuales. La atracción hacia personas del mismo sexo sigue siendo un tema profundamente personal en nuestros hogares e iglesias porque involucra a personas a quienes Dios ama: familiares, amigos y a veces, incluso a nosotros mismos. Por lo tanto, los wesleyanos buscamos principalmente abordar este tema no como un “asunto” político o cultural, sino como una oportunidad para amar a Dios y al prójimo como Cristo nos ordena (Marcos 12:30-31).

Ninguna persona está fuera de la gracia salvadora de Dios; y ninguna persona está exenta del llamado de Dios a la santidad. Aunque nuestra sexualidad no es lo más importante acerca de nosotros, importa profundamente porque Dios nos ha creado, fuimos comprados por Cristo a un precio, y nuestros cuerpos deben ser templos del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19-20).

EL ENFOQUE DE ESTA DECLARACIÓN

Antes de pasar a las Escrituras, es importante aclarar nuestro enfoque y nuestro lenguaje para evitar malentendidos.

En primer lugar, este documento se centra únicamente en la homosexualidad en lugar de toda la gama de temas que a veces se encuentran bajo el paraguas LGBTQ+. Esta decisión no descarta la importancia de, por ejemplo, las cuestiones transgénero o las condiciones intersexuales; más bien, reconoce que esos temas son lo suficientemente distintos y significativos como para merecer su propia respuesta.

En segundo lugar, los cristianos debemos tener cuidado de no equiparar la tentación sexual, o incluso la orientación sexual, con el pecado sexual. La tentación y el pecado voluntario son distintos dentro de la teología wesleyana, al igual que las inclinaciones pecaminosas y la identidad fundamental de uno como portador de la imagen de Dios (Génesis 1:26) y una nueva creación en Cristo Jesús (1 Corintios 10:13; 2 Corintios 5:17).

En tercer lugar, nuestra intención es hablar de la homosexualidad de acuerdo con los mismos principios bíblicos por los cuales abordamos la sexualidad en general. Por lo tanto, no deseamos aislar a aquellos que experimentan deseos sexuales entre personas del mismo sexo como si fueran los únicos que luchan por la santidad sexual. Estamos juntos en esta lucha. Todas las personas deben someter su sexualidad a lo que las Escrituras ordenan, para ser conformadas a la santa y amorosa voluntad de Dios.

En cuarto lugar, dado que los wesleyanos apreciamos tanto la convicción bíblica como la aplicación compasiva, este documento comienza con lo que las Escrituras enseñan antes de pasar a una serie de compromisos prácticos y pastorales.

 

LO QUE ENSEÑAN LAS ESCRITURAS

Los wesleyanos nos unimos a la gran mayoría de cristianos (de todos los continentes, siglos y tradiciones eclesiásticas) que leen la Biblia en el sentido de que prohíbe todas las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo. No pretendemos imponer este punto de vista a la sociedad (1 Corintios 5:12), pero tampoco nos avergonzamos de ello, ya que se alinea con la voluntad de Dios para el bien de todas las personas.

Los siguientes puntos ofrecen un breve resumen de nuestras convicciones bíblicas:

  • Las Escrituras enseñan que los seres humanos y la sexualidad humana fueron creados por Dios como algo bueno (Génesis 1-2). Todos los seres humanos estamos hechos a imagen de Dios (Génesis 1:26-27), y todas las relaciones sexuales deben reservarse para el matrimonio fiel entre marido y mujer (Éxodo 20:14; Mateo 19:4; 1 Corintios 7; Hebreos 13:4).
  • Aunque los cuerpos humanos y la sexualidad siguen siendo dones de Dios, el pecado ha corrompido gravemente nuestras inclinaciones sexuales como nuestras prácticas sexuales. Esto es cierto tanto para los deseos y acciones heterosexuales como para los homosexuales (Romanos 1:24-27; 3:9-18 [citando Salmos 14:1-3; 53:1-3; Eclesiastés 7:20]; 1 Juan 1:8).
  • Las Escrituras distinguen el pecado sexual (incluyendo la lujuria) de la tentación sexual no deseada. Después de todo, Cristo mismo fue tentado, pero no pecó (Mateo 4:1-11; Hebreos 4:15). Es más, Dios provee una manera de vencer la tentación por la gracia de Jesús y el poder del Espíritu (1 Corintios 10:13; Hebreos 2:18; 4:15).
    • Aunque puede ser difícil discernir cuándo una inclinación no elegida se convierte en desobediencia voluntaria, la decisión ética crucial tiene que ver con lo que elegimos hacer y en lo que nos detenemos a hacer cuando nos enfrentamos a tentaciones de cualquier tipo (Romanos 12:1-2; Colosenses 3:1–10; Santiago 4:7).
    • A pesar de que Dios finalmente nos concederá la victoria sobre toda tentación, no enseñamos que cada lucha o deseo pecaminoso será eliminado instantáneamente o simplemente “desaparecerá orando” dentro de esta vida.
  • Las Escrituras advierten contra todo pecado, incluyendo la lujuria, la pornografía y el sexo homosexual como contrarios a la voluntad de Dios para el desarrollo humano (Levítico 18:22, 20:13; Mateo 5:28; Romanos 1:26–27; 1 Corintios 6:9–11; Efesios 5:3; 1 Timoteo 1:9-10).
  • Aunque algunos afirman que el Nuevo Testamento solo prohíbe los actos homosexuales abusivos o promiscuos, los wesleyanos niegan esta conclusión por numerosas razones:
    • A pesar de la amplia gama de relaciones entre personas del mismo sexo en el mundo antiguo, ningún pasaje de las Escrituras presenta una actitud afirmativa hacia el sexo homosexual en ninguna forma.
    • Cuando Pablo se refiere al pecado homosexual, no solo se refiere a la violación o el abuso, sino también a la forma en que las prácticas y los deseos homosexuales se apartan del diseño natural de Dios para la sexualidad humana. Señala no solo los actos sexuales violentos perpetrados por hombres poderosos, sino también “lujurias” del mismo sexo entre mujeres (Romanos 1:26-27). Pablo no consiente el pecado homosexual, independientemente de que la relación sea entre un amo y un esclavo, o entre dos adultos que se aman mutuamente.
    • El afirmar que las Escrituras prohíben solo actos homosexuales abusivos o promiscuos, como algunos lo han sugerido, es desconocer la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento sobre las relaciones sexuales como reservadas para el matrimonio fiel entre marido y mujer (Génesis 1:26-27; Levítico 18: 22, 20:13; Mateo 19:4; 1 Corintios 7; Efesios 5:31–32).
  • A pesar de las prohibiciones contra la inmoralidad sexual, la iglesia primitiva estaba llena de personas que habían experimentado pecaminosidad sexual, incluyendo prácticas homosexuales. Pablo testifica del perdón de Dios y de la gracia transformadora en las vidas de estos cristianos para alejarlos del pecado y acercarlos a una vida santa (1 Corintios 6:9-11).
  • Finalmente, las Escrituras prometen que nuestro estado actual de pecaminosidad y tentación no es el capítulo final de la historia cristiana. El sufrimiento y el pecado desaparecerán en la resurrección. Y la iglesia experimentará el gozo supremo de la adoración eterna y el amor perfecto en la creación renovada de Dios (Marcos 12:24–25; Efesios 5:32; 1 Tesalonicenses 4:14; 1 Corintios 15; Apocalipsis 19:6–8; 21— 22).

Si bien las Escrituras deben interpretarse cuidadosamente, nos animan a que nuestra lectura de la Biblia sobre la santidad sexual esté en armonía con la de muchos otros cristianos a lo largo de los siglos.

EL MATRIMONIO Y EL CELIBATO EN LA FAMILIA DE DIOS

Los wesleyanos confesamos que hasta que no recuperemos una visión cristiana del celibato, el matrimonio y la iglesia como familia, nuestras buenas noticias para aquellos que experimentan la tentación hacia personas del mismo sexo serán a la vez anti-bíblicas y empobrecidas.

Jesús, Pablo e innumerables santos a lo largo de los siglos modelan y afirman que el celibato puede ser un llamado enriquecedor y fructífero (1 Corintios 7:7). Y si bien la vida célibe deja de lado tanto el matrimonio como la actividad sexual, no sacrifica una amistad profunda, un posible liderazgo y un lugar de honor en la casa de Dios. Por lo tanto, los wesleyanos buscamos reclamar el celibato, junto con la vida conyugal, como un anticipo del tiempo venidero (Marcos 12:24-25; 1 Corintios 7:8, 32-35, 38, 39b).

Cristo mismo reorientó la antigua noción de “familia” en torno a la fe obediente en Él (Marcos 3:35; 10:29-30). Por lo tanto, los primeros cristianos se hablaban unos a otros como “hermanos y hermanas” reconociendo que el Espíritu ha unido a la iglesia no como una reunión de individuos o familias nucleares, sino como una familia que hace espacio alrededor de la mesa para las viudas, los huérfanos, los casados y personas célibes.

PREGUNTAS DE IDENTIDAD Y AUTODESCRIPCCIÓN

Aunque muchos factores importantes y únicos nos hacen quienes somos, los wesleyanos celebran que la identidad más importante del creyente se encuentra en Cristo como parte de la nueva creación de Dios (2 Corintios 5:17; Gálatas 3:28; Efesios 1:4,7). Por lo tanto, cuando Pablo habla a los cristianos acerca de sus antiguos hábitos y estilos de vida pecaminosos, lo hace en tiempo pasado:

“Y eso es lo queeran algunos de ustedes. Pero vosotros fuisteis lavados, santificados, justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Corintios 6:11; cursiva agregada).

Por lo tanto, los wesleyanos alentamos a todas las personas a encontrar su identidad más profunda como amados portadores de la imagen de Dios y (para los cristianos) nuevas creaciones transformadas por el Espíritu en Cristo Jesús.

Al mismo tiempo, reconocemos el valor de ser honestos acerca de nuestras inclinaciones no deseadas. Negar u ocultar estos aspectos de nuestras vidas pueden alejarnos más de la comunidad e impedir nuestra transformación cristiana.

Por esta razón, algunos cristianos hablan de ser gay o lesbiana no como una aprobación de la práctica homosexual, sino como un testimonio honesto de sus inclinaciones no elegidas. Otros seguidores comprometidos de Cristo hablan de ser “cristianos homosexuales célibes” como una forma de nombrar ambos, tanto sus predisposiciones pecaminosas como su fiel búsqueda de la pureza sexual. Estos cristianos célibes a menudo enfrentan una gran incomprensión por parte de todos. ¿Cómo debemos entonces proceder?

Hay lugar para el desacuerdo sobre algunas cuestiones de terminología y autodescripción. Sin embargo, ofrecemos los siguientes consejos con el objetivo de la caridad cristiana y la claridad moral:

  • Debido a que palabras como “gay” y “lesbiana” prevalecen, no creemos que sea prudente que las iglesias controlen cada uso de dichas etiquetas. En cambio, nos esforzamos por ser caritativos al comprender lo que los individuos pretenden con estas palabras, de modo que no impugnemos sus motivos ni su carácter.
  • Debido a que hablar de ser un “cristiano gay” se malinterpreta fácilmente como una aprobación de la actividad sexual entre personas del mismo sexo, pedimos a los cristianos que se alinean con la teología wesleyana que se esfuercen por ser claros para evitar confundir las tentaciones con la verdadera identidad en Cristo. (La adición de la palabra “célibe” representa una forma de abordar este desafío).
  • Debido a que estas conversaciones a veces están dominadas por las voces más estridentes de la cultura o de las redes sociales, instamos a la amabilidad, el discernimiento y una postura de escucha paciente cuando las personas expresan su experiencia con la atracción sexual hacia personas del mismo sexo. De esta manera, esperamos evitar el tipo de “disputas verbales” que “solo perjudican a los que escuchan” (2 Timoteo 2:14).

Es importante mencionar nuestras luchas pecaminosas, pero es aún más importante descubrir y vivir nuestra pertenencia e identidad más profunda como hijos amados de Dios.

DOS FORMAS DE INTOLERANCIA RELIGIOSA A RECHAZAR

Los wesleyanos nos oponemos a dos formas de intolerancia religiosa con respecto a la homosexualidad.

Primero, rechazamos y nos arrepentimos de la forma en que nuestros prójimos homosexuales han sido objeto de burla, intimidación, exclusión o incluso violencia física. Tales acciones no representan el corazón de Jesús y no tienen lugar dentro de La Iglesia Wesleyana. También nos arrepentimos de un silencio vergonzoso que hace que quienes experimentan la tentación sexual entre personas del mismo sexo se sientan ignorados, invisibles o no deseados. Aunque los líderes wesleyanos, incluyendo pastores, profesores y miembros del personal, se comprometen a defender sin reservas nuestras convicciones bíblicas, también llamamos a nuestras comunidades a amar y servir a quienes experimentan la tentación sexual entre personas del mismo sexo.

En segundo lugar, los wesleyanos también nos oponemos al fanatismo secular o progresista que busca castigar o marginar a los cristianos por afirmar lo que enseñan las Escrituras. Aunque no esperamos que la cultura en general comparta todas nuestras creencias, sí buscamos defender las libertades básicas de conciencia, fe y práctica religiosa que son características distintivas de una sociedad libre. El desacuerdo no es igual al odio. La fe bíblica tampoco es sinónimo de fundamentalismo intolerante. Cuando las libertades religiosas están en peligro, los wesleyanos nos comprometemos a amar a quienes se nos oponen, a orar por ellos y a defender pacíficamente la libertad y la justicia con una postura de respeto (Mateo 5:43–48).

Una forma en que los wesleyanos defendemos nuestras convicciones cristianas implica el tipo de bodas que oficiamos y organizamos. Aunque muchas naciones reconocen los matrimonios entre personas del mismo sexo, los pastores wesleyanos no presiden estas uniones ni las celebramos en nuestras iglesias. Esta decisión no surge del deseo de ser cruel con amigos y familiares que no están de acuerdo, sino del mandato bíblico de que “es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hechos 5:29).

Aunque la “tolerancia” es un lema dentro de la cultura moderna, los wesleyanos confesamos que el amor es mejor y más costoso que la mera tolerancia: el amor nos obliga a ir más allá de la coexistencia a regañadientes hacia la hospitalidad bíblica, la conversación honesta, el servicio gozoso y el testimonio veraz del evangelio de Cristo Jesús.

CONCLUSIÓN PASTORAL

Finalmente, los wesleyanos reconocemos que las meras “declaraciones” sobre la homosexualidad, por muy cuidadosas o bíblicas que sean, están muy por debajo de lo que Dios pide. Si bien Cristo hizo pronunciamientos audaces sobre el pecado y la justicia, también compartió más mesas de las que volteó. Por lo tanto, Jesús fue criticado con mayor frecuencia por la forma en que los pecadores, los marginados y los ajenos a la religión se sentían atraídos hacia Él, y Cristo hacia ellos (Lucas 15:2).

Concluimos, por tanto, con un llamado a un cuidado pastoral paciente hacia quienes experimentan tentaciones homosexuales. Que no sacrifiquemos la verdad en aras del “amor”, ni dejemos de amar en nombre de la verdad.

Lamentamos las conductas abusivas en las terapias reparadoras, aunque también rechazamos el mito moderno destructivo (tan permisivo en nuestra cultura y en nuestros medios de comunicación), de que los anhelos pecaminosos representan el “verdadero yo” que debe ser obedecido. Por lo tanto, el mandato de Cristo a sus discípulos no fue “sigue tu corazón”, sino “sígueme” (Mateo 4:19), porque solo Él ofrece plenitud de vida (Juan 10:10).

Finalmente, nos regocijamos de que la esperanza y la santidad se ofrezcan no solo a un tipo particular de persona o a un subconjunto particular de la humanidad pecaminosa. Todos somos amados por Dios; todos estamos hechos a su imagen; todos hemos pecado; y todos estamos llamados a ser renovados por la gracia de Jesús y el poder del Espíritu Santo. Los wesleyanos creemos en la gracia transformadora de Dios. Y nos regocijamos juntos de que podemos alzar la voz no solo en “declaraciones”, sino en canciones:

Rompe el pecado y su poder,

Da al preso libertad;

Hasta al más vil puede limpiar

Su sangre es eficaz.

* Todas las citas de las Escrituras son de la NVI (2011) a menos que se indique lo contrario.

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1 Aquí continuamos la afirmación de Juan Wesley de que los mandamientos de Dios son “promesas encubiertas” porque se dan para nuestro desarrollo y van acompañadas de una gracia que permite nuestra obediencia. Véase John Wesley, “Sobre el Sermón del Monte de nuestro Señor, Discurso Quinto (Sermón 25)”, en The Works of John Wesley, ed. Albert C. Outler, vol. 1: Sermones I, 1–33 (Nashville: Abingdon, 1984), II.3 (p. 555).