6 de abril de 2023
Lucas 23:26-49 NVI
Cuando se lo llevaban, echaron mano de un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz para que la llevara detrás de Jesús. Lo seguía mucha gente del pueblo, incluso mujeres que se golpeaban el pecho, lamentándose por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:
―Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Mirad, va a llegar el tiempo en que se dirá: “¡Dichosas las estériles, que nunca dieron a luz ni amamantaron!” Entonces
»“dirán a las montañas: ‘¡Caed sobre nosotros!’,
y a las colinas: ‘¡Cubridnos!’ ”
Porque, si esto se hace cuando el árbol está verde, ¿qué no sucederá cuando esté seco?»
También llevaban con él a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, junto con los criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda.
―Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen.
Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús.
La gente, por su parte, se quedó allí observando, y aun los gobernantes estaban burlándose de él.
―Salvó a otros —decían—; que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Escogido.
También los soldados se acercaron para burlarse de él. Le ofrecieron vinagre y le dijeron:
―Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
Resulta que había sobre él un letrero, que decía: «Este es el Rey de los judíos».
Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo:
―¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!
Pero el otro criminal lo reprendió:
―¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; este, en cambio, no ha hecho nada malo.
Luego dijo:
―Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino.
―Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús.
Muerte de Jesús
23:44-49 – Mt 27:45-56; Mr 15:33-41
Desde el mediodía y hasta la media tarde toda la tierra quedó sumida en la oscuridad, pues el sol se ocultó. Y la cortina del santuario del templo se rasgó en dos. Entonces Jesús exclamó con fuerza:
―¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!
Y al decir esto, expiró.
El centurión, al ver lo que había sucedido, alabó a Dios y dijo:
―Verdaderamente este hombre era justo.
Entonces los que se habían reunido para presenciar aquel espectáculo, al ver lo ocurrido, se fueron de allí golpeándose el pecho. Pero todos los conocidos de Jesús, incluso las mujeres que lo habían seguido desde Galilea, se quedaron mirando desde lejos.