Este año marcará el año 238 que nuestra nación ha declarado su independencia. La lucha que nuestros antepasados realizaron para que nosotros pudiéramos disfrutar de una mejor vida, no se puede olvidar. Tampoco debemos olvidar cómo llegaron aquí y establecieron un hogar en el Nuevo Mundo. Escapando de la persecución religiosa, los primeros colonos emigraron al Nuevo Mundo, arriesgando sus vidas y dejando lo que una vez conocieron en un esfuerzo por tener una vida mejor. A través de las dificultades, los colonos nunca se dieron por vencidos y después de años de duro trabajo, fueron capaces de establecer los Estados Unidos de América. Los inmigrantes antes y ahora se enfrentan a algunas de las dificultades muy similares; sin conocer la tierra, la barrera del idioma, y la falta de recursos. No es ningún secreto que todavía tenemos colonos entrando en el país. Hoy pensamos y vemos al inmigrante a través de un lente diferente, cuando en realidad ellos están aquí por las mismas razones que nuestros antepasados vinieron.
Por todas las Escrituras podemos ver el tema de la inmigración surgir con frecuencia. Leemos de Abraham yendo a la tierra que Dios le mostraría. Leemos uno de los más notorios movimientos migratorios en el que Dios liberó a su pueblo de Egipto, donde fueron oprimidos y tratados terriblemente. Leemos acerca de leyes que organizan el respeto y el trato justo a los inmigrantes. Incluso Jesús cuando era un niño tuvo que huir como refugiado a Egipto por razones políticas. En la Biblia encontramos: “No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles” (Hebreos 13:2). Mostrar hospitalidad se puede lograr de muchas maneras. Comer juntos o simplemente escuchar nos puede llevar muy lejos. Tenemos la bendición de estar en el país que permitió la entrada y mostró hospitalidad a nuestros antepasados. Hagamos lo mismo para los nuevos pobladores.
Mientras terminamos la semana que celebrando la independencia de nuestra nación pensemos en nuestra propia historia migratoria. Tomemos tiempo para mostrar hospitalidad y amor al extranjero, así como Dios nos ha mandado.