Los sacramentos revelan una historia: una historia del amor de Dios hecho visible.[1] Son “actos/signos”, como un beso recibido de un ser querido: un signo visible de gracia invisible.[2] Por el amor de Dios, Él ha hecho posible renacer en Su familia divina, como lo simboliza el bautismo, y ser alimentados continuamente con el alimento divino, como lo simboliza la Cena del Señor. Dios es el catalizador de los sacramentos, como una madre que da a luz a su bebé y luego lo alimenta de sí misma. Es Su obra, Su sacrificio y Su amor lo que se revela a través de estos santos misterios, invitándonos a responder con fe.
Jesús explica el bautismo, de manera bastante ordinaria, a Nicodemo en Juan 3 como una especie de líquido amniótico del Espíritu Santo (3:3-6). Entramos al reino de Dios por medio de un renacimiento, no por nuestro propio mérito o intelecto (3:10), o pasión o plan humano (1:13), sino a través del agua y el Espíritu. Juan lo llama un “nacimiento que viene de Dios”, el regalo de convertirnos en “hijos de Dios” (1:12-13).
El agua desempeña un papel importante en la narrativa bíblica y, en ocasiones, Jesús asocia estrechamente el agua y el Espíritu (Juan 4:13-14; 7:37-39). Es como si estuviera recalcando que existe agua y luego está el agua de Dios. El Dios Trino hizo surgir la primera creación de las aguas (Génesis 1:1-2), limpia esa creación en el diluvio (Génesis 6:13, 17-24), libera a Israel de los egipcios (Éxodo 14:21-22 ), sustenta a Su pueblo en el desierto (Éxodo 17:6), sana a Naamán en el Jordán (2 Reyes 5:14), y en ese mismo río anuncia la segunda creación en la humanidad de Jesucristo (Mateo 3:13-17; Marcos 1:9-11; Lucas 3:21-22; Juan 1:29-34).[3] Como un afluente, nuestra narrativa fluye hacia la narrativa de Dios a través del bautismo. Somos sanados y sostenidos, liberados de la esclavitud del destino de Adán y recreados en la humanidad de Jesús.
De acuerdo con la historia del bautismo del nacimiento divino a través del agua y el Espíritu, La Iglesia Wesleyana afirma un solo bautismo, ya sea como creyente o como infante.[4] Mientras que el bautismo del creyente enfatiza el sacramento como una muestra o signo de nuestra profesión de fe, el bautismo de infantes enfatiza el sacramento como un signo de la profesión de la identidad de Dios: “Tú eres mi [hijo/hija] muy amado y me das gran gozo” (Marcos 1:11). Ciertamente, un niño no comprende en ese momento la inmensidad de su bautismo, pero alabado sea Dios porque Su gracia no depende de la capacidad de uno para comprenderlo. Así como se espera que un niño madure y elija estar a la altura del apellido que recibió al nacer, se espera que tanto el creyente bautizado como el infante vivan a la altura de un nombre aún mayor: el nombre de Cristo.
Hay un solo bautismo porque la obra de Dios no necesita repeticiones. El misterio del bautismo es la gracia de Dios para identificarnos con Él, sin tener la seguridad de que viviremos a la altura de nuestra nueva identidad. Podemos fracasar, incluso podemos huir, es por ello que somos bautizados en la iglesia local. A través del bautismo asumimos el compromiso con la comunidad de Dios. Cuando tropezamos, tenemos hermanos y hermanas que escuchan nuestra confesión y nos aseguran el perdón y la restauración de Dios. Cuando huimos, tenemos una familia que nos perseguirá y nos llamará a regresar a la vida bautismal en la que renacimos.
La Santa Cena
Tras el nacimiento de cada niño, la madre se apresura a alimentar a su bebé con los nutrientes necesarios para sobrevivir en su nueva realidad postnatal. ¿De dónde ofrece tal sustento? De ella misma.
Igualmente, Dios ofrece a sus hijos el sustento de Sí mismo: “Esto es mi cuerpo, el cual es entregado por ustedes” (Lucas 22:19). “Esto es mi sangre, la cual confirma el pacto entre Dios y su pueblo” (Marcos 14:24). Por el Espíritu, Dios se entrega a Sí mismo, en Jesús, en la mesa. Un pan y una copa común, cuando son tocados por el Espíritu, se convierten para nosotros en sustento de Dios (Génesis 1:29; 2:8-9, 16-17), pan del cielo (Éxodo 16:1-5, 13-18), palabras comestibles de Dios (Ezequiel 3:1-3), una comida de bendición (Génesis 14:14-20), una comida de alianza en presencia de Dios (Éxodo 24:11) y una comida en la que saboreamos y vemos a Cristo (Juan 6:35-58; Lucas 24:30-31) y son enviados a alimentar a un mundo hambriento (Juan 21:9-12, 15).
A veces, se hace referencia a la Santa Cena como Eucaristía (que simplemente significa “acción de gracias”), un título apropiado para una comida que revela físicamente la historia del amor de Dios. Esta cena también recibe el nombre de la Cena del Señor, en alusión a la institución del sacramento por parte de Jesús en su última cena de Pascua, pero más significativamente señalando la cena de las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:9), el día que anhelamos con gran anticipación cuando Jesús se unirá a su esposa, la iglesia, de una vez por todas. La mesa de Dios está servida una y otra vez, dándonos la bienvenida a una comida divina a través de la cual recibimos fuerza divina para poder participar con Dios en su obra divina.
Los sacramentos revelan la historia de Dios y al mismo tiempo son un medio de gracia para entrar (y permanecer) en esa historia. Por el Espíritu de Dios, renacemos en su familia divina mediante el Espíritu manifestado en el bautismo y nos nutrimos de su alimento divino en la mesa, transformándonos en la imagen gloriosa de Jesucristo, nuestro Salvador y nuestro hermano, para que el mundo entero sea testigo del amor del Padre a través de la vida de sus hijos.
Daniel Rife es el director de liturgia y formación en College Wesleyan Church, Marion, Indiana.
Preguntas para reflexionar y conversar
- Dios ha hecho posible que renaciéramos en su familia divina. Este renacimiento no se consigue por méritos, intelecto o pasión humana. El bautismo simboliza este renacimiento, el cual incluye dos medios. ¿Cuáles son los dos medios en el sacramento del bautismo? (Juan 3:5)
- La Iglesia Wesleyana apoya el sacramento del bautismo. ¿Qué simboliza y significa el bautismo? (párrafo 242, “La Disciplina de La Iglesia Wesleyana 2022”).
- Dios proporciona sustento de Sí mismo a sus hijos a través del sacramento de la Santa Cena. Cuando participamos en el acto de la Sagrada Comunión, recibimos la gracia y la fuerza divina para participar en la obra del Reino de Dios. ¿Cómo ayuda a reforzar tu fe en Cristo entender la Santa Cena de esta manera?
- Los sacramentos son un medio para transformarnos a semejanza de Jesucristo. ¿Por qué es importante esta transformación para la obra del Reino de Dios?
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[1] James F. White, “Introduction to Christian Worship” (Nashville, Tennessee: Abingdon Press, 2000), pág. 175.
[2] White, “Introduction to Christian Worship”, pág. 175.
[3] Jesús puede ser entendido como el sacramento primordial: “la imagen visible del Dios invisible” (Colosenses 1:15). Los Sacramentos encuentran su sentido y significado final en la realidad de Emanuel, Dios con nosotros.
[4] “La Disciplina de La Iglesia Wesleyana 2022” (Indianapolis, IN: Wesleyan Publishing House, 2016), pág. 33.