Al parecer en las sociedades en las que vivimos se ha tenido el concepto de que las personas deben estudiar y prepararse para ser alguien renombrado, para tener mejores oportunidades, para lograr diplomas, aun para ganar más dinero y obtener una mejor calidad de vida. Sin embargo, creemos que en nuestro caso como mujeres que amamos a Dios es diferente, las razones por la que nos capacitamos no contemplan las motivaciones personales, o por satisfacer las demandas de la sociedad, nosotras nos preparamos para cumplir con una misión, misión que es más grande que nuestra vida misma. La misión de Dios.
El apóstol Pablo, menciona en el libro de Romanos, Capítulo1, versos 14 y 15 que siente una deuda; no con él mismo, él tiene una obligación con la humanidad y esta es compartir el evangelio, predicar las buenas nuevas de Salvación. En este texto encontramos la razón del esfuerzo, de la preparación, de la educación, de la formación; ese motivo es el deber, la urgencia y la necesidad de ser la representante de Jesús en la casa, la ciudad y la sociedad.
El Dios de toda gracia pensó en que mujeres como tú y yo, con debilidades y fortalezas fuéramos parte protagonista de Su misión, en esta medida él nos da la oportunidad de influenciar a otros, de hablar palabras que pueden cambiar la historia de generaciones, autoridad para desde la oración detener el mal y poder para iluminar en medio de las tinieblas.
Es grandioso el hecho de saber que nuestra existencia no es pasajera y no debe ser monótona y mucho menos sin sentido, la vida que el Creador nos ha dado pertenece a Su propósito, para ser misioneras llenas del Espíritu, para amar lo que el Padre ama y realizar aún mayores cosas que las que Jesús hizo. Juan 14:12.
Por todo esto damos un paso adelante, en medio del cansancio diario y las obligaciones como mujeres, caminamos con la cabeza en alto, buscando la forma de adquirir y utilizar las herramientas y las armas que el dueño de la misión da, para ser eficaces en la encomienda que se nos ha dado.
Esta es la razón por la que nos levantamos temprano y nos acostamos tarde estudiando y meditando la palabra y abrimos nuestra alacena y nuestro bolsillo para dar alegremente. Este es el motivo por el que tomamos clases y hacemos lecturas, buscando consejo y siguiendo la instrucción de nuestros mentores y pastores. Por todo lo anterior caemos sobre nuestras rodillas cada día a buscar desde allí cambiar el mundo.
Ya que estamos diseñadas para cumplir la misión de Dios, dejamos el nombre del Señor en alto, marcando nuestra historia, haciendo la diferencia en esta tierra lejana, pero prometida al mismo tiempo. Nos sentimos obligadas con un entorno que necesita a Cristo. Allí está nuestro sentido de urgencia al prepararnos, cumplir a cabalidad y con toda excelencia la misión que se nos ha entregado.