Artículos de fe

1. Fe en la Santa Trinidad

210. Creemos en el único Dios vivo y verdadero, santo y amoroso, eterno, ilimitado en poder, sabiduría y bondad, el Creador y Preservador de todas las cosas. Dentro de esta unidad hay tres personas de una naturaleza, poder y eternidad esencial —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

2. El Padre

212. Creemos que el Padre es la fuente de todo lo que existe, ya sea de materia o de espíritu. Con el Hijo y el Espíritu Santo, hizo al hombre, varón y hembra, a Su imagen. Por intención, Él se relaciona con las personas como Padre, declarando así para siempre Su buena voluntad hacia ellas. En amor, Él busca y recibe a los pecadores penitentes

3. El Hijo de Dios

214. Creemos en Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios. Fue concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen María, verdadero Dios y verdadero hombre. Murió en la cruz y fue sepultado, para ser un sacrificio por el pecado original y por todas las transgresiones humanas, y para reconciliarnos con Dios. Cristo resucitó de los muertos en su cuerpo, ascendió al cielo y allí intercede por nosotros a la diestra del Padre hasta que vuelva para juzgar a toda la humanidad en el día final.

4. El Espíritu Santo

216. Creemos en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo, que es de la misma naturaleza esencial, majestad y gloria, como el Padre y el Hijo, verdadero y Dios eterno. Él es el administrador de la gracia a toda la humanidad, y es particularmente el agente eficaz en la convicción de pecado, en la regeneración, en la santificación y en la glorificación. Siempre está presente, asegurando, conservando, guiando y capacitando al creyente.

5. La suficiencia y plena autoridad de las Sagradas Escrituras para la salvación

218. Creemos que los libros del Antiguo y Nuevo Testamento constituyen las Sagradas Escrituras. Son la palabra de Dios escrita, inspirada e infalible, totalmente inerrable en sus manuscritos originales y superior a toda autoridad humana, y se han transmitido hasta al presente sin la corrupción de ninguna doctrina esencial. Creemos que ellas contienen todo lo necesario para la salvación; de manera que ninguna cosa que no se lea en ella, ni se pueda demostrar por ella, no será requerida de ningún hombre o mujer para que sea creída como artículo de fe, o se piense requerida o necesaria para la salvación. En el Antiguo y el Nuevo Testamentos se ofrece últimamente la vida por medio de Cristo, que es el único mediador entre Dios y la humanidad. El Nuevo Testamento enseña a los cristianos a cumplir con los principios morales del Antiguo Testamento, pidiendo la obediencia amorosa a Dios hecha posible por la presencia residente de su Espíritu Santo.

Los libros canónicos del Antiguo Testamento son:

Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes, 2 Reyes, 1 Crónicas, 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, El Cantar de los Cantares, Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahúm, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías.

Los libros canónicos del Nuevo Testamento son:

Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Hechos, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis.

6. El propósito de Dios para la humanidad

220. Creemos que los dos grandes mandamientos: amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, resumen la ley divina revelada en las Escrituras. Estos dos mandamientos son la medida y norma perfectas del deber humano, tanto para ordenar como para dirigir las familias, las naciones y otras instituciones sociales; de los actos individuales por los cuales se nos exige que reconozcamos a Dios como nuestro único y supremo gobernante, y que todas las personas, como creación de Dios, son iguales en todos sus derechos naturales. Por consiguiente, toda persona debe conducir sus actos individuales, sociales y políticos de modo que den a Dios total y absoluta obediencia.

7. El matrimonio y la familia

222. Creemos que cada persona es creada a imagen de Dios, que la sexualidad humana refleja esa imagen en términos de amor íntimo, comunicación, compañerismo, la mutua subordinación para la plenitud matrimonial. La Palabra de Dios hace uso del matrimonio como la metáfora suprema que ilustra la relación de pacto de un Dios con su pueblo. Por consiguiente, el plan de Dios para la sexualidad humana es que sea expresado solo en una relación monógama de toda la vida entre un hombre y una mujer dentro del marco del matrimonio. Esta es la única relación que está diseñada divinamente para el nacimiento y la crianza de los niños y es una unión de pacto hecha ante Dios, tomando prioridad sobre toda otra relación humana. Nos adherimos a las enseñanzas de las Escrituras en lo concerniente a la identidad de género, a la conducta sexual y a la santidad del matrimonio, y creemos que las relaciones sexuales fuera del matrimonio y las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son inmorales y pecaminosas.

8. El libre albedrío

224. Creemos que la creación de la humanidad a imagen de Dios incluyó la facultad de escoger entre el bien y el mal. Así, los individuos fueron creados moralmente responsables de sus decisiones. Pero desde la caída de Adán, las personas son incapaces, en su propia fuerza, de hacer lo correcto. Esto es debido al pecado original, que no es simplemente seguir el ejemplo de Adán, sino la corrupción de la naturaleza de cada mortal, y se reproduce naturalmente en los descendientes de Adán. Debido a ello, los humanos están muy lejos de la rectitud original, y por naturaleza se inclinan continuamente al mal. Ellos no pueden, por sí mismos, ni clamar a Dios ni ejercer la fe para la salvación. Pero, a través de Jesucristo, la gracia preveniente de Dios hace posible lo que los humanos no pueden hacer por sí mismos; se ofrece libremente a todos, habilitándolos para que se arrepientan y sean salvos.

9. E l pecado: original, intencional e involuntario

225. Creemos que el pecado entró al mundo por medio de la desobediencia de Adam y Eva, y que toda la creación sufrió sus consecuencias. Entre los efectos del pecado se encuentran la dificultad de una relación directa entre Dios y la humanidad, el deterioro del orden natural de la creación y el empleo del mal en las personas o sistemas sociales desviados. Toda la creación gime esperando la rendición. Cada persona nace con una tendencia pecaminosa que se manifiesta con una orientación excesiva a sí mismo y apartada de la dependencia de Dios, lo que conlleva a actos de injusticias. Los efectos que resultan de la desobediencia de Adán y Eva incluyen una naturaleza humana distorsionada de las cuales emanan deficiencias involuntarias, faltas, dolencias, enfermedades y juicios errados y no deberían considerarse similar al pecado voluntario. Sin embargo, puesto que son manifestaciones de la naturaleza pecaminosa humana, esas deficiencias de la santidad de Dios requieren los méritos de la restauración, la obra santificadora del Espíritu Santo y el autocontrol del creyente. El pecado voluntario se da cuando una persona con responsabilidad moral conociendo las leyes de Dios elige quebrantar una ley y utiliza su derecho de elegir lo que quiere en vez de obedecer a Dios. Las consecuencias del pecado voluntario incluyen la pérdida de comunión con Dios, la autopercepción de los propios intereses en vez de amar y preocuparse por los demás, ser esclavos de las cosas que tergiversan la imagen divina, la inhabilidad de vivir una vida honrada y, por último, la tristeza y la separación de Dios. El trabajo expiatorio de Dios es el único remedio para el pecado, ya sea original, voluntario, o involuntario.

(El Artículo 9 fue aprobado por la Conferencia General Norteamericana de 2016 y presentado para su aprobación a las Conferencias Generales posteriores del Caribe y Filipinas, de conformidad con las disposiciones de 6765:1.)

10. La Expiación

226. Creemos que cuando Cristo se ofreció a Sí mismo, de una vez por todas, a través de sus sufrimientos y muerte meritoria en la cruz, provee la perfecta redención y expiación tanto por el pecado original como por los actuales del mundo entero. No hay ningún otro fundamento para la salvación del pecado, sino solamente este. Esta expiación es suficiente para todo individuo de la raza de Adán. Es incondicionalmente eficaz en la salvación de aquellos mentalmente incompetentes desde su nacimiento, de los creyentes que perdieron sus facultades mentales, y de los niños que no han alcanzado la edad de rendición de cuentas. Pero es eficaz para la salvación de aquellos que alcanzan la edad de rendición de cuentas sólo cuando se arrepienten y viven la fe en Cristo.

11. Arrepentimiento y fe

228. Creemos que, para que los hombres y las mujeres se apropien de lo que Dios ha hecho posible por medio de la gracia preveniente, ellos deben responder voluntariamente en arrepentimiento y fe. La capacidad viene de Dios, pero el acto es del individuo.

El arrepentimiento es iniciado por el ministerio convincente del Espíritu Santo. Involucra un cambio voluntario en la manera de pensar que renuncia al pecado y anhela la rectitud, un compungimiento hacia una confesión de los pecados del pasado, la restitución apropiada de los males cometidos, y una resolución para reformar la vida. El arrepentimiento es la condición previa para la fe salvadora, y sin éste, la fe salvadora es imposible. La fe, a su vez, es la única condición de la salvación. Empieza en el acuerdo de la mente y el consentimiento de la voluntad a la verdad del evangelio, resultando en una dependencia total de todo el ser en el poder salvífico de Jesucristo y en una completa confianza en Él como Salvador y Señor. La fe salvadora se expresa en un reconocimiento público de Su señorío y una identificación con Su iglesia.

12. Justificación, regeneración y adopción

230. Creemos que cuando uno se arrepiente de su pecado personal y cree en el Señor Jesucristo, en ese mismo momento la persona es justificada, regenerada, adoptada en la familia de Dios y asegurada en su salvación personal mediante el testimonio del Espíritu Santo.

Creemos que la justificación es el acto judicial de Dios por medio del cual una persona es considerada justa, perdonada de todo pecado, liberada de culpa, completamente exonerada de la pena de los pecados cometidos, por el mérito de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, solamente por fe, no por obras.

Creemos que la regeneración o el nuevo nacimiento es la obra del Espíritu Santo y esto sucede cuando uno verdaderamente se arrepiente y cree. A la naturaleza moral del individuo se le concede una vida distintivamente espiritual con la capacidad de amar y obedecer. Esta nueva vida se recibe por la fe en Jesucristo, le permite al pecador perdonado que sirva a Dios de buena voluntad y de corazón, los regenerados son librados del poder del pecado que reina sobre todos los no creyentes.

Creemos que la adopción es el acto de Dios por medio del cual, los que son justificados y regenerados, se hacen participantes de todos los derechos, privilegios y responsabilidades de un hijo de Dios.

13. Las buenas obras

232. Creemos que, aunque las buenas obras no pueden salvarnos de nuestros pecados o del juicio de Dios, éstas son el fruto de la fe y siguen después de la regeneración. Por consiguiente, son agradables y aceptables a Dios en Cristo. Las buenas obras son una fe viva que puede ser evidentemente conocida, así como un árbol se discierne por su fruto.

14. El pecado después de la regeneración

234. Creemos que después de la experiencia de la regeneración es posible caer en pecado. Porque en esta vida no hay ni altura ni fuerza de santidad de la que sea imposible caer. Mas por la gracia de Dios, alguien que haya caído en pecado, puede hallar perdón y restauración por medio de la fe y el verdadero arrepentimiento.

15. Santificación: inicial, progresiva, completa

236. Creemos que la santificación es la obra del Espíritu Santo por la cual los hijos de Dios son separados del pecado para Dios y son capacitados para amarlo con todo su corazón y caminar irreprensible en todos sus santos mandamientos. La santificación comienza en el momento de la justificación y la regeneración. Desde ese momento hay una santificación gradual o progresiva en la medida que el creyente camina diariamente con Dios en gracia y en una obediencia más perfecta a Dios. Esto lo prepara para la transición a la entera santificación, que es forjada instantáneamente cuando los creyentes se presentan a sí mismos como sacrificios vivos, santos y agradables a Dios, a través de la fe en Jesucristo y efectuada por el bautismo del Espíritu Santo que limpia el corazón de todo el pecado innato. La crisis de la entera santificación perfecciona al creyente en amor y lo faculta para el servicio eficaz. Es respaldada por toda una vida de crecimiento en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. La vida de santidad continúa a través de la fe en la sangre santificadora de Cristo y da evidencias mediante la obediencia amorosa a la voluntad revelada de Dios.

16. Los dones del Espíritu

238. Creemos que el don del Espíritu es el Espíritu Santo mismo, y Él debe ser deseado más que los dones del Espíritu que Él, en su sabio consejo, reparte a los miembros individuales de la Iglesia para capacitarlos a cumplir propiamente su función como miembros del cuerpo de Cristo. Los dones del Espíritu, aunque no siempre son identificables con las habilidades naturales, funcionan a través de ellas para la edificación de toda la iglesia. Estos dones serán ejercidos en amor bajo la administración del Señor de la iglesia, no a través de la voluntad humana. El valor relativo de los dones del Espíritu será probado por su utilidad en la iglesia y no por el éxtasis producido en aquellos que los reciben.

17 La iglesia

240. Creemos que la iglesia cristiana es el cuerpo entero de creyentes en Jesucristo, quien es el fundador y cabeza. La iglesia incluye a ambos, los creyentes que se han ido a estar con el Señor y aquellos que permanecen en la tierra, después de haber renunciado al mundo, la carne y el diablo, y habiéndose dedicado a la tarea que Cristo encomendó a su iglesia hasta que Él venga. La iglesia en la tierra ha de predicar la pura Palabra de Dios, administrar propiamente los sacramentos según las instrucciones de Cristo, y vivir en obediencia a todo lo que Cristo ordena. Una iglesia local es un cuerpo de creyentes formalmente organizado sobre los principios del evangelio, reuniéndose regularmente para los propósitos de evangelización, alimentación, compañerismo y adoración. La Iglesia Wesleyana es una denominación que reúne de esos miembros dentro de las conferencias de distrito y las iglesias locales; como miembros del cuerpo de Cristo mantienen la fe establecida en estos Artículos de Fe y reconocen la autoridad eclesiástica de sus cuerpos gobernantes.

18. Los sacramentos: el bautismo y la cena del Señor

242. Creemos que el bautismo en agua y la Cena del Señor son los sacramentos de la iglesia ordenados por Cristo y ordenados como medios de gracia cuando se reciben mediante la fe. Ellos son muestras de nuestra profesión de fe cristiana y señales del ministerio de la gracia de Dios hacia nosotros. Por ellos, Él obra dentro de nosotros para vivificarnos, fortalecernos y confirmarnos en nuestra fe.

Creemos que el bautismo en agua es un sacramento de la iglesia, ordenado por nuestro Señor y administrado a los creyentes. Es un símbolo del nuevo pacto de la gracia y significa aceptación de los beneficios de la expiación de Jesucristo. Por medio de este sacramento, los creyentes declaran su fe en Jesucristo como el Salvador.

Creemos que la Cena del Señor es un sacramento de nuestra redención por la muerte de Cristo y de nuestra esperanza en su retorno victorioso, así como una señal del amor que los cristianos tienen unos para los otros. Quienes la reciben humildemente, con un espíritu apropiado y por la fe, la Cena del Señor viene a ser un medio de gracia a través del cual Dios lo ofrece al corazón.

19. La segunda venida de Cristo

244. Creemos que la certeza del retorno personal e inminente de Cristo inspira una vida santa y un celo para la evangelización del mundo. A su retorno Él cumplirá todas las profecías acerca de su triunfo final y completo sobre el mal.

20. La resurrección de los muertos

246.Creemosen la resurrección corporal de la humanidad; del justo hacia la resurrección de vida, y del injusto hacia la resurrección de condenación. La resurrección de Cristo es la garantía de la resurrección que ocurrirá en la segunda venida de Cristo. El cuerpo resucitado será un cuerpo espiritual, pero la persona estará completa y será identificable.

21. El juicio de todas las personas

248. Creemos que las Escrituras revelan a Dios como el juez de todos y los actos de Su juicio están basados en Su omnisciencia y justicia eterna. La administración de Su juicio culminará en la reunión final de todas las personas ante Su trono de gran majestad y poder, donde se examinarán los registros y se administrarán las recompensas y castigos finales.

22. Destino

250. Creemos que las Escrituras enseñan claramente que hay una existencia personal consciente después de la muerte. El destino final de cada persona es determinado por la gracia de Dios y la respuesta de esa persona, evidenciada inevitablemente por un carácter moral que es el resultado de decisiones personales y voluntarias de ese individuo y no de cualquier decreto arbitrario de Dios. El cielo con su gloria eterna y la bendita presencia de Cristo es la morada final de aquellos que escogen la salvación que Dios proporciona a través de Jesucristo, pero el infierno con su miseria y separación de Dios es la morada final de los que descuidan esta gran salvación.

Recursos descargables

La Disciplina

La Disciplina de La Iglesia Wesleyana es un manual esencial para pastores, líderes de la iglesia y miembros que aborda la organización, las posiciones y la doctrina de La Iglesia Wesleyana.

Declaraciones de principios

La Iglesia adopta declaraciones oficiales de la visión wesleyana sobre temas para alentar a los laicos y ministros a integrar la fe y la vida para responder de manera apropiada y responsable a los asuntos culturales y de política pública actuales.